El bajo crecimiento, el elevado nivel de desigualdad y el lento avance de las reformas estructurales son algunos de los temas principales que los líderes del G-20 debatirán en la reunión que celebrarán en Hangzhou, China, este fin de semana. Esta reunión tiene lugar en un momento importante para la economía mundial. El péndulo de las políticas podría inclinarse en contra de la apertura económica, y si no se adoptan medidas de política contundentes, el mundo podría registrar tasas de crecimiento decepcionantes por mucho tiempo.

El año 2016 será el quinto año consecutivo con un crecimiento del PIB mundial por debajo de su promedio a largo plazo del 3,7% (1990-2007), y 2017 podría ser el sexto. Desde principios de los años noventa, cuando los efectos de contagio derivados de la transición económica provocaron una desaceleración del crecimiento, no se ha visto un debilitamiento de la economía mundial por tanto tiempo. ¿Qué ha ocurrido?
En las economías avanzadas, el crecimiento real se mantiene casi un punto porcentual completo por debajo del promedio de 1990-2007.

Muchas siguen viéndose afectadas por los legados de la crisis, como el sobreendeudamiento público y privado, y el deterioro de los balances de las instituciones financieras. El resultado ha sido una demanda persistentemente débil.

Cuanto más se prolongue el debilitamiento de la demanda, mayores serán las repercusiones sobre el crecimiento a largo plazo, dado que las empresas reducen su capacidad de producción y los trabajadores desempleados abandonan la fuerza laboral y sus aptitudes críticas se deterioran. La débil demanda también provoca una caída del comercio, lo que se suma al crecimiento decepcionante de la productividad.

Del lado de la oferta, la desaceleración de la productividad y las tendencias demográficas adversas están frenando el crecimiento potencial, una tendencia iniciada antes de la crisis financiera mundial. Y dado que las expectativas de que el crecimiento sea más vigoroso en el futuro próximo son mínimas, las empresas tienen aún menos incentivos para invertir, lo cual daña la productividad y las perspectivas de crecimiento a corto plazo.

Las economías emergentes también han experimentado una desaceleración, aunque con respecto a un nivel de crecimiento excepcionalmente rápido en la última década. Por lo tanto, esta desaceleración es más bien una vuelta a la norma histórica. La evolución  dentro de las economías emergentes es bastante diversa. En 2015, por ejemplo, el PIB en dos de las cuatro economías más grandes de la región —China e India— creció  entre 7%-7½%, mientras que se contrajo cerca del 4% en las otras dos, Rusia y Brasil. Sin embargo, existen factores comunes importantes:

Uno de ellos es el reequilibramiento de la economía china desde la inversión hacia el consumo, y desde la demanda externa hacia la demanda interna. Si bien una economía china estable que crezca a tasas sostenibles es, en definitiva, favorable para la economía mundial, la transición es costosa para los socios comerciales que dependen de la demanda china para sus exportaciones. También puede con el tiempo provocar brotes de volatilidad financiera.

El segundo factor, vinculado al anterior, es el fuerte descenso de los precios de las materias primas, que ha afectado negativamente al ingreso disponible de muchos países exportadores de materias primas. El ajuste de los países exportadores de materias primas a esta nueva realidad será difícil y prolongado. En ciertos casos, requerirá un cambio de modelo de crecimiento.

El débil crecimiento mundial que interactúa con un aumento de la desigualdad está generando un clima político en el cual las reformas se estancan y los países recurren a políticas proteccionistas. En una amplia muestra representativa de economías avanzadas, el ingreso del 10% superior aumentó en alrededor del 40% en los últimos 20 años, mientras que creció de manera muy moderada en los grupos de ingreso más bajo (gráfico 2). La desigualdad también ha aumentado en muchas economías emergentes, aunque el impacto en los pobres a veces ha quedado neutralizado por un sólido crecimiento general del ingreso.

Es necesario aplicar medidas de política contundentes para evitar lo que podría convertirse en una trampa de bajo crecimiento. Estos son para mí los principales elementos de la agenda para reforzar el crecimiento mundial:

Primer elemento: El apoyo a la demanda en las economías que operan por debajo de su capacidad. En los últimos años, esta tarea se ha delegado principalmente en los bancos centrales. Pero la política monetaria está sometida a una presión cada vez mayor, dado que varios bancos centrales están operando con tasas de política monetaria que ya se encuentran en su límite inferior efectivo o cercanas a este límite. Esto significa que la política fiscal debe desempeñar un papel más importante. Donde exista margen de maniobra fiscal, las tasas de interés históricamente bajas brindan la excelente oportunidad de impulsar la inversión pública y actualizar la infraestructura.

Segundo elemento: Las reformas estructurales. Los países podrían hacer mucho más en este ámbito. Hace dos años, los miembros del G-20 se comprometieron a aplicar reformas que elevarían su PIB colectivo en un 2% adicional en 5 años. Sin embargo, en la evaluación más reciente, las medidas implementadas hasta la fecha equivalen como máximo a la mitad de esta cifra. Por lo tanto, es urgente aplicar más reformas. Los estudios del FMI muestran que las reformas son más eficaces cuando se focalizan en los ámbitos donde las brechas son más patentes y tienen en cuenta el nivel de desarrollo y la posición en el ciclo económico.

Tercer elemento: La revitalización del comercio mediante la reducción de los costos comerciales y la disminución de las barreras comerciales temporales. Es fácil culpar al comercio de todos los males que afectan a un país, pero frenar el libre comercio supondría paralizar un motor que ha permitido conseguir mejoras sin precedentes del bienestar en todo el mundo a lo largo de muchas décadas. Sin embargo, para que el comercio beneficie a todos, las autoridades económicas deberían ayudar a aquellos que se vean negativamente afectados a través de la recapacitación, el fortalecimiento de las capacidades, la asistencia profesional y la movilidad geográfica.

Por último, las políticas deben garantizar una distribución más amplia de los beneficios del crecimiento. Los impuestos y las prestaciones deberían reforzar los ingresos en los tramos inferiores y recompensar el trabajo. En muchas economías emergentes, es preciso fortalecer las redes de protección social. La inversión en educación puede mejorar la productividad y las perspectivas de los trabajadores de salarios bajos.

Hace falta valentía política para implementar esta agenda. Sin embargo, si no se toman medidas se corre el riesgo de revertir la integración económica mundial, y por lo tanto paralizar un motor que, durante décadas, ha creado y distribuido riqueza en todo el mundo. Este riesgo es, en mi opinión, demasiado grande.

Christine Lagarde

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