Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)No nos hemos detenido en analizar la importancia del modelo de partido y el tipo de liderazgo como núcleo fundamental del problema de la gobernabilidad de España

¿Hasta qué punto el tipo de liderazgo que ejercen los dirigentes de los principales partidos está condicionando un posible pacto de investidura y/o de gobierno?

Sabemos que son muchos los factores internos y externos que están dificultando un necesario y deseable acuerdo. Se ha hablado y se seguirá hablando mucho de los elementos personales, ideológicos y políticos que rodean al acto de investidura, pero quizá no nos hemos detenido tanto en analizar la importancia del modelo de partido y el tipo de liderazgo como núcleo fundamental del problema de la gobernabilidad de España.

Recordar que Mariano Rajoy representa un liderazgo autocrático no es desvelar ningún secreto. No hay que irse a la historia, ni a la lectura de los estatutos del PP. Baste recordar lo pintoresco del aplazamiento de la decisión de pactar con Ciudadanos con la argumentación de una supuesta consulta con su junta directiva. ¿Desde cuándo un presidente del PP ha necesitado la autorización de cualquier órgano del partido? Lo dicho, sencillamente increíble. Es claramente un poder sin autoridad ni prestigio el de Rajoy (solo hay que recordar la evolución del reconocimiento a su persona en las encuestas del propio CIS en los últimos años). Es un poder de final de etapa, cierto, pero sigue siendo un poder, puro y duro, sin crítica interna, al menos en público, sobre todo después de las últimas elecciones. Puede negociar en los términos que estime convenientes, mientras no cuestione, en exceso, la estructura de su partido, ni a sus dirigentes territoriales, acosados algunos de ellos, desde hace años, por denuncias y condenas por corrupción.

A pesar de la importancia de la democracia interna,en España eso no penaliza, ya que al final se traslada a la opinión pública una imagen de solidez y estabilidad

Se puede afirmar que Rajoy comparte esta forma de dirección autocrática con Pablo Iglesias. Los cambios fulminantes de los dirigentes territoriales de Podemos en las principales comunidades autónomas: Cataluña, Galicia, País Vasco…, así como los del secretario de Organización nos disiparon cualquier tipo de duda al respecto. A pesar de la importancia de la democracia interna, lo cierto es que en España, eso no penaliza significativamente, ya que, al final, se suele trasladar a la opinión pública una imagen de solidez y estabilidad. Valores mucho más apreciados en la práctica. Tanto Rajoy como Iglesias pueden jactarse de ofrecer unos términos de negociación con pocos condicionamientos más allá de las líneas rojas que para ambos, por diferentes motivos, establecen los nacionalistas. Aunque Rajoy no solo aventaja a Iglesias en escaños, también en libertad para manejarlos sin necesidad de concesiones, ni pactos internos.

Albert Rivera representa el único caso actual de liderazgo carismático. Carece de condicionamiento territorial, o de barones que le cuestionen los términos de los posibles acuerdos con otros partidos, y a pesar de ello, se apoya cada vez más en dirigentes con perfiles similares al suyo, con quienes comparte decisiones relevantes. Su caso es único entre los principales dirigentes. Se trata de un poder que se basa en la autoridad. La famosa ‘auctóritas’ latina que no se adquiere automáticamente con el desempeño de un cargo, ya que solo la conceden libremente los miembros de una organización cuando reconocen cualidades excepcionales. Rivera tiene manos libres para negociar con quien quiera sin problemas internos. De ahí que haya sido capaz de llegar a acuerdos, tanto con el PSOE como con el PP. Su tipo de liderazgo en un partido como Ciudadanos parece diseñado para facilitar la gobernabilidad de España.

Rivera representa el único caso actual de liderazgo carismático. Es único entre los principales dirigentes. Se trata de un poder que se basa en la autoridad

El gran problema con el que se encuentra nuestro país en estos momentos no solo está en la increíble torpeza, falta de visión y generosidad de Rajoy para realizar ofertas concretas a otros partidos. Parece que su imaginación se agote con un mero llamamiento a la responsabilidad de los demás.

El mayor problema es el de la indefinición del PSOE dirigido por Pedro Sánchez. Detenta un tipo de liderazgo de los denominados democráticos, pero débil y profundamente inestable. Manifiesta carecer de poder autónomo suficiente para una toma de decisiones que no comprometa su futuro. No hay más que oír a algunos de sus más cualificados barones para advertir las opiniones frontalmente contrapuestas de sus más destacados dirigentes. La tentación de Pedro Sánchez es la de seguir jugando a la equidistancia interna, huyendo de las decisiones personales comprometidas. No parece advertir que si sigue en esa línea de un ‘tacticicismo’ a corto plazo, de un liderazgo débil, unas veces apoyado en el comité federal, en ocasiones en algunos barones, otras solicitando el auxilio de las bases, jamás logrará consolidar su liderazgo.

La indefinición basada en inseguridades y temores permite visualizar con claridad meridiana la talla política de un aspirante a líder

Si no ejerce su poder con determinación y firmeza, jamás logrará el respeto mayoritario de su partido. La tremenda paradoja con la que se encuentra Sánchez es que para adquirir la autoridad que necesita, debe comprometerse personalmente, ejerciendo sin ambages su poder. Resulta sorprendente y patética la falta de iniciativa y de propuestas del PSOE después del acuerdo del PP con Ciudadanos. ¿Por qué no lanza un órdago a estos partidos exigiendo para su abstención en la investidura la adopción de los puntos que considera fundamentales del pacto que en su día firmó con Ciudadanos? ¿Acaso tiene otras opciones sensatas? Limitarse a defender con entusiasmo las razones de su no a la investidura de Rajoy sin una propuesta alternativa y viable de gobierno no es lo que se espera, a estas alturas, de un líder con visión de Estado.

A veces, la opción menos mala, ejercida con determinación y firmeza, es preferible a la indefinición basada en inseguridades y temores, ya que esta última permite visualizar con claridad meridiana la talla política de un aspirante a líder. James Carville, el conocido jefe de campaña de Bill Clinton, vuelve a a ayudarnos con la célebre y parafraseada frase que en su día se dirigió a sí mismo: es el liderazgo, estúpido.

Fuente: elconfidencial.com

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here