El director de inversiones de Kames Capital, Stephen Jones, analiza el impacto económico y de mercado que ha tenido hasta la fecha la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea.

Poco después de que se conociese el resultado del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, publicamos nuestras reflexiones sobre las implicaciones que tendría la decisión de abandonar el mercado común. Dos meses después, y con todo lo que ha pasado, nos ha parecido adecuado ofrecer una actualización.

En junio, teorizamos que el resultado de la votación podría provocar un cambio radical, reflejado en una política monetaria más acomodaticia que podría verse complementada con nuevas medidas expansivas en el frente fiscal, y apuntamos que una combinación de bajadas de impuestos e inversión en infraestructuras tendría más posibilidades de tener éxito que las políticas aplicadas hasta la fecha. Por otro lado, apostamos por una previsión de inflación más alta y veíamos margen para que los mercados de riesgo respondieran de forma positiva a la batería de estímulos presentados antes de que la perspectiva de un entorno de demanda más complejo lastrase las previsiones de beneficios.

Desde entonces, los mercados de renta variable han avanzado con fuerza (un 15% en el caso del mercado británico y un 9% en el de los índices mundiales), el oro ha ganado un modesto 1% y la libra esterlina ha perdido un 2% (en términos ponderados por el comercio exterior). El Banco de Inglaterra ha sacado músculo y ha puesto en marcha un conjunto de medidas que incluyen bajadas de tipos, una nueva ronda de expansión cuantitativa (que abarca gilts y bonos corporativos) y el relanzamiento del programa de préstamos respaldados por el gobierno (Funding for Lending). Es evidente que Mark Carney ha aprendido la lección (tras la experiencia del BCE y del Banco de Japón) y es consciente de que dudar a la hora de implementar este tipo de medidas puede resultar muy perjudicial. La fortuna favorece a los valientes.

«Confiamos en que el ministro Hammond seguirá el ejemplo de Mark Carney y tomará decisiones valientes»

Las medidas de corte fiscal, sin embargo, aún no se han materializado, aunque el nuevo gobierno británico ha dado a entender que las políticas de austeridad aplicadas por los anteriores dirigentes serán sustituidas por una mayor expansión fiscal. Tendremos que esperar al informe de otoño para saber si hemos interpretado bien las señales. Los mercados de activos británicos -sobre todo las partes más expuestas a la economía nacional- se han recuperado con fuerza ante la perspectiva de que el gobierno incremente el gasto público (algunos valores como la constructora Bovis han rebotado más de un 35% desde los mínimos marcados tras el referéndum). Confiamos en que el ministro de Finanzas británico, Philip Hammond, seguirá el ejemplo de Mark Carney y tomará decisiones valientes.

Los precios de los inmuebles comerciales, sobre todo en el sureste del país, han sido los más afectados por la reacción (negativa) al resultado del referéndum. Sin embargo, la huida de inversores sufrida inicialmente por los fondos inmobiliarios nos parece exagerada, ya que el número de transacciones reales ha sido más bien escaso, por lo que es posible que la rebaja de hasta el 20% registrada en algunos casos acabe revelándose como una auténtica ganga.

Tampoco parece que el voto británico haya desencadenado una avalancha de reacciones populistas en el resto de Europa. Aun así, el Brexit ha supuesto un nuevo shock para la economía mundial que no solo ha frenado el proceso de normalización de la política monetaria, sino que ha provocado que los bancos centrales pongan en marcha nuevas (y muy necesarias) medidas de estímulo. Aunque las encuestas sugieren que los empleadores se muestran en general cautos con respecto al futuro, los despidos masivos que temía el Banco de Inglaterra no se han producido, y parece que la autoridad monetaria hará todo lo posible para asegurarse de que no ocurran.

Más allá de las fronteras británicas, el BCE y el Banco de Japón continúan estimulando sus economías y parece que la Reserva Federal estadounidense solo subirá tipos cuando los mercados le den permiso. China parece estar viviendo una mejora cíclica de las condiciones y los inversores internacionales mantienen un fuerte interés por los activos de mercados emergentes. Los mercados de riesgo se están viendo beneficiados por la combinación de políticas expansivas, un crecimiento económico moderado y unas tasas de descuento mucho más bajas.

El problema de que las tires estén tan bajas es que intensifican la presión sobre los grandes balances institucionales: pese a que los activos de crecimiento se han comportado bien, han avanzado mucho menos que el valor de los pasivos. Como resultado, los niveles de solvencia han vuelto a resentirse, lo que a su vez eleva la presión sobre los inversores institucionales para emplear los beneficios en reducir los déficits acumulados en vez de reinvertirlos en atractivas oportunidades futuras.

«…para superar con éxito el mayor conjunto de problemas económicos de la Historia reciente, las autoridades -monetarias, fiscales y regulatorias- tendrán que actuar de forma coordinada»

Pero esa no debería ser la función de la expansión cuantitativa. Esta situación pone de relieve el que probablemente represente el reto más importante al que se han enfrentado nuestros dirigentes desde el estallido de la crisis financiera: para superar con éxito el mayor conjunto de problemas económicos de la Historia reciente, las autoridades -monetarias, fiscales y regulatorias- tendrán que actuar de forma coordinada (y Japón es la prueba viviente de lo que ocurre cuando no se hace). No es la primera vez que el Reino Unido tiene la oportunidad de enseñarle a otros países cómo hacer las cosas y quizás la cumbre del G20 que tendrá lugar en China a principios de septiembre proporcione el foro adecuado para impulsar el debate.

Esperamos que el otoño/invierno traiga un nuevo enfoque para lidiar con los retos económicos a los que nos enfrentamos y que los mercados reaccionen favorablemente, porque hay mucho en juego. El Brexit ha llevado las rentabilidades de los bonos hasta niveles sin precedentes. Si permitimos que esas tires sean un reflejo de la demanda final en vez de un estímulo, las consecuencias serán graves. Dentro de poco se cumplirán diez años de la debacle de Northern Rock. Esperemos que esta situación no nos acabe estrellando a todos contra las rocas.

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