La marca de vehículos eléctricos se ha puesto a la cabeza en conducción autónoma. Y hemos pilotado uno para comprobar hasta qué punto está madura la tecnología

Hoy he sentido terror frente a un volante. A los pocos segundos, asombro. Y después de haber parado ante un semáforo en rojo y no tener a nadie delante, me he sentido como un piloto de carreras al pisar el acelerador a fondo y ponerme a 100 kilómetros por hora en menos de tres segundos. Sí, he conducido un Tesla Model S por las calles de Manhattan y ha sido como juntar el día de Navidad y el de los Reyes Magos en cuestión de minutos.

Todo comenzó unas semanas atrás preparando un viaje de prensa a Nueva York. Me dije, ¿por qué no probar un Tesla para saber qué se siente en primera persona? Dicho y hecho: fue tan fácil como entrar en la web del fabricante y concertar una cita en tu concesionario más cercano. En nuestro caso, el que está situado en la West 25th, junto a la décima avenida.

Da igual que cuatro tipos con martillos eléctricos estén haciendo un ruido tan infernal en la calle que no pueda escuchar las indicaciones del vendedor de Tesla. Las ganas de probar un vehículo que parece pensado para ‘nerds’ son tan elevadas que en cuanto se cierran las puertas desaparece cualquier rastro de las obras que tenemos a pocos metros hasta que el coche se pone en marcha. Tras ajustar el asiento y los retrovisores, muevo una palanca situada a la derecha del volante y ya estamos listos para arrancar. Y la primera sorpresa llega en ese punto: a diferencia de los coches automáticos, este Tesla no se pone en marcha hasta que no pisas el acelerador.

Detalle del Tesla que ha probado Teknautas. (J. E.)
Detalle del Tesla que ha probado Teknautas. (J. E.)

En cuestión de minutos, nos plantamos en la West Side Highway, una ronda de circunvalación al oeste de Manhattan que circula pegada al Hudson y en la que comienza el espectáculo. Basta con buscar la palanca del control de velocidad, a la izquierda del volante, algo por debajo de los intermitentes y las luces, para que mis 13 años de carné de conducir se vuelvan irrisorios. Con una doble pulsación de esa palanca, el coche entra en modo ‘autopilot’, comienza a conducirse solo y se inicia mi ínfima historia de terror.

Porque durante los primeros segundos, el Model S en el que viajo decide que debe aumentar la velocidad y acelera por su cuenta hasta colocarse a una distancia prudencial de la furgoneta que tengo delante. No puedo evitar que una risa tonta aflore en mi rostro y aunque la tentación por recobrar el control es grande, pienso que esta pieza sería todavía mejor si nos estrellamos por culpa de ese piloto automático. ‘Spoiler alert’: no hubo ningún tipo de accidente.

Activar el piloto automático es tan sencillo como pulsar dos veces la palanca del control de velocidad. A partir de ahí, el coche se conduce solo

Pasados unos pocos segundos, mi cuerpo se relaja. Mis pies se alejan de los pedales, aunque el representante de Tesla me recuerda que es importante tener el derecho cerca en caso de necesidad, y del terror paso al asombro. El coche es capaz de mantener la distancia frente al vehículo de delante, de detenerse cuando frena, de arrancar por su cuenta y de girar cuando nos acercamos a una curva para mantenerse en el carril. ¿Qué va a ser de las autoescuelas dentro de 30 años?

A medida que pasan los minutos, soy capaz de relajarme. He aprendido a no estar pendiente en todo momento de la carretera. Puedo hablar con mi acompañante y mirarle a la cara y aunque todavía me entra la risa tonta cuando pienso que el coche se conduce solo, ninguna señal me hace indicar que podamos tener un percance. Es más, es el conductor el que decide a qué velocidad quiere viajar: en un momento dado, pulsamos otra palanca y situamos el límite de 35 a 40 millas por hora para que el coche no se quede atrás. El acelerón instantáneo para llegar a las 40 millas nos recuerda que ya no estamos al mando del vehículo.

El piloto automático te permite coger el móvil y fotografiar el salpicadero sin temor a estrellarte. (J. E.)
El piloto automático te permite coger el móvil y fotografiar el salpicadero sin temor a estrellarte. (J. E.)

Uno de los aspectos que ayudan a mantener la calma es la sensación de que el Tesla sabe en todo momento qué pasa a su alrededor. El vehículo viene equipado con cámaras, sensores y radares para ello, y lo muestra en el salpicadero, donde se puede ver el vehículo en el centro y a medida que hay otros coches alrededor se muestran marcas en la pantalla para tener presente dónde se encuentran esos obstáculos, ya sea justo a la derecha o enfrente, en la esquina izquierda. La precisión de esos sensores es tal que a medida que te acercas a un coche o un muro, el color cambia, pasando de blanco a amarillo y luego a rojo, y es capaz incluso de indicar los centímetros a los que nos encontramos para evitar la colisión. Ideal para usuarios con garajes estrechos.

Por el momento, el coche es incapaz de reconocer un semáforo en rojo, por lo que no se detiene en un semáforo si no tiene un coche delante que lo haga. Además, Tesla recomienda que la conducción autónoma no se utilice en ciudad debido a la gran cantidad de “imprevistos” que pueden sacudir al conductor.

Ahí estoy yo, ¡sin manos!
Ahí estoy yo, ¡sin manos!

¿Y los cambios de carril? El infernal tráfico de Nueva York no nos permitió desplazarnos hasta una autovía con un límite de velocidad más holgado que permita al coche obedecer instrucciones, como cambiar de carril con una pulsación del intermitente. Para ello es necesario ir, como mínimo, a 45 millas por hora. Lo que sí es cierto es que, en el estado actual, no se puede optar por ignorar por completo al vehículo que, cada pocos minutos, hace sonar las alarmas para que el usuario coja el volante y demuestre que está pendiente de la carretera. Con más torpeza que otra cosa, todo lo que logro es anular el piloto automático al mover demasiado la dirección, momento que aprovechamos para dar media vuelta, con la suerte de que damos con un semáforo en rojo y ningún coche por delante.

Velocidad absurda

“Aprovecha para pisar a fondo el acelerador cuando se ponga verde”, me dice mi acompañante mientras, con el rabillo del ojo, observo cómo activa el ‘ludicrous mode’ en la enorme pantalla táctil que preside la consola central. Dicho y hecho, en menos de tres segundos nos hemos puesto a 100 kilómetros por hora con tal rápidez que mi cuerpo ha salido despedido hacia atrás como si me encontrara en un bólido. De nuevo, se me escapa otra sonrisa tonta junto a algunos gritos de admiración al sentir los 772 caballos que ofrecen los dos motores eléctricos del modelo P90D que conduzco.

¿Cómo logra el Tesla una aceleración propia de un deportivo? El secreto está en un fusible inteligente, una mejora aplicada por los ingenieros de la marca que posibilita que los motores puedan gestionar un mayor flujo energético para que el vehículo se equipare a coches de cientos de miles de euros. “Podemos ampliar el amperaje máximo de 1.300 a 1.500 amperios”, explicaba Musk cuando reveló un extra que cuesta alrededor de 10.000 euros adicionales. “Si no entiendes mucho de electricidad, confía en mí: es una cantidad ridícula de amperios circulando por una pieza del tamaño de la uña de tu meñique”.

El ‘ludicrous mode’ permite acelerar de cero a 100 en menos de tres segundos. Es un extra que cuesta alrededor de 10.000 euros adicionales

Aún quedan unos cuantos años para que otros fabricantes pongan en marcha sus vehículos autónomos. Tesla les lleva varios cuerpos de ventaja, con una tecnología que asusta y asombra a partes iguales. Una cosa tengo muy clara: mi próximo viaje en coche al trabajo va a ser mucho más aburrido. Sin instantes de terror ni momentos de asombro.

Autor

Jaume Esteve. Nueva York

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